Hace 40 años fue elegido primer Alcalde democrático de Fuenlabrada ¿Cómo recuerda aquel día? ¿Cómo era usted y cómo era su ciudad?
Recuerdo ese día como uno de los más importantes de mi vida. Tenía apenas 30 años y, si bien contaba con un bagaje político, de lucha antifranquista, y profesional, de abogado laboralista y profesor universitario, carecía de cualquier experiencia institucional. Lo viví con una enorme ilusión y entusiasmo, plenamente consciente que se abría una nueva etapa, con los nuevos Ayuntamientos democráticos, de izquierdas, en un país recién salido de la dictadura franquista.
Fuenlabrada era, originariamente, un municipio rural del sur de la provincia de Madrid, que en los 10 años previos a nuestra llegada había tenido un crecimiento muy acelerado en viviendas. En muy pocos años se pasó de 8.000 a concederse licencias para más de 70.000 nuevos pisos en bloques y urbanizaciones dispersas; era la ciudad que crecía más deprisa de toda Europa. Fuenlabrada era entonces uno de los pocos destinos obligados para muchos de los hijos e hijas de la población emigrante madrileña, de nuevos jóvenes matrimonios que tuvieron que escoger Fuenlabrada para iniciar su proyecto de vida porque entonces era una de las ciudades relativamente próximas a Madrid que ofrecía viviendas asequibles, consecuencia de un desarrollo urbanístico salvaje y especulativo.
El resultado, entonces, era una población trabajadora, muy joven, de aluvión, diseminada y dispersa, desestructurada socialmente, en una ciudad sin consolidar y sin identidad aún, una ciudad dormitorio, de bloques en urbanizaciones aisladas, sin urbanizar, con carencias de equipamientos de todo tipo, sin zonas verdes, sin agua del Canal de Isabel II, (agua de pozos para cada urbanización), sin servicios de salud ni hospital, sin guarderías, con un transporte urbano insuficiente, y unas proyecciones enormes de crecimiento de población infantil y juvenil que requería ya una fuerte construcción y dotación de nuevos centros educativos.
¿Cuáles eran su principal expectativa y su mayor temor al aceptar su cargo?
Éramos conscientes, aunque todavía no del todo, de los enormes retos a los que nos enfrentábamos. Era una situación de emergencia social, había un riesgo evidente y fundado de que Fuenlabrada acabase siendo una ciudad fallida, socialmente una bomba de relojería. Hay que recordar que España vivía entonces en una fuerte crisis económica, a partir de la crisis del petróleo de 1974 (el interés del dinero para una hipoteca estaba en el entorno del 18%). El Ayuntamiento, en plena transición democrática, carecía inicialmente de recursos financieros y humanos; no existía aún la Comunidad de Madrid – había una Diputación Provincial, de carácter asistencial – y para la Administración Central, Fuenlabrada ni siquiera era parte del Área Metropolitana de Madrid ni pertenecía a la entonces COPLACO (Comisión de Planeamiento y Coordinación del Área Metropolitana de Madrid).
¿Cuáles eran entonces las demandas vecinales? ¿Recuerda alguna de forma más especial?
Las primeras demandas vecinales eran muy básicas: que funcionasen las bombas de agua y las depuradoras privadas de las urbanizaciones, que los promotores que habían entregado los bloques sin terminar la urbanización hicieran las redes y los accesos básicos y las zonas verdes. De ahí ya se fue pasando a unas demandas más generalizadas y colectivas: El agua del Canal de Isabel II, los centros de salud y más tarde el Hospital, los equipamientos educativos, los servicios sociales básicos… A su vez, nosotros, el Gobierno Municipal (una coalición de socialistas, comunistas y algún concejal del PT), con un renovado equipo de empleados públicos comenzamos a pensar, diseñar y gestionar Fuenlabrada, a pensar qué ciudad queríamos para el futuro, para hoy y para mañana.
En esa perspectiva teníamos un riesgo y un reto. El riesgo era seguir siendo una barriada de la capital, con mejor calidad de vida, pero segmentada, continuar siendo el “sur” social, siempre dependiente, donde se alojarán las actividades que la gran burguesía madrileña no quisiera tener cerca y donde viviera la mano de obra que tampoco querría ver por sus barrios centrales. O apostar por una ciudad abierta y plural, integrada, con personalidad propia. Y apostamos por una Fuenlabrada plural, social y culturalmente abierta, una ciudad joven y para los jóvenes, tolerante y participativa, que situara la participación como eje básico de una nueva forma de hacer política; apostamos por el empleo y por la industria, con una amplia relación entre empleos internos y externos; y como una pieza significativa en la gran conurbación urbana que es Madrid y sus distintos cinturones
¿Cómo pensaba entonces que sería su ciudad 40 años después?
Quizás mi horizonte no era a cuarenta años, pero sí pensaba que, en 10 ó 15 años, Fuenlabrada iba a ser una autentica ciudad, suficientemente equipada, en la que la gente viviera en mejores condiciones, en la que hubiera un razonable estado de bienestar, con una población socialmente más integrada, una ciudad mejor articulada territorialmente y mejor conectada con el resto de Madrid, y con un Ayuntamiento bien gobernado y que siguiese respondiendo las demandas sociales. En este sentido mis sucesores han llevado a cabo una gran tarea mejorando sin duda las perspectivas iniciales.
Mencione tres cosas que son incuestionablemente mejores ahora que hace 40 años en los municipios españoles…
Los Ayuntamientos españoles son instituciones democráticas consolidadas, lo que no eran hace 40 años; han alcanzado un elevado grado de capacidad de gestión en muchas áreas fundamentales para la calidad de vida, el bienestar y la seguridad de los ciudadanos en nuestro país, con relativa solvencia (urbanismo y vivienda, transporte urbano, servicios sociales, desde una perspectiva de igualdad, seguridad, medio ambiente y calidad del aire, cultura, suministros básicos, etc.), y recientemente están comenzando a ser ámbitos de renovación de la vida pública, aunque todavía de forma incipiente…
Han pasado cuatro décadas. ¿Cómo ha cambiado la Administración Local, respecto al que usted conoció? ¿Sigue siendo la “Cenicienta”?
No, en absoluto. Aunque están todavía deficientemente financiados, por las competencias que ejercen y por el impacto de sus actividades, son ya una parte fundamental de la gobernanza del Estado. Son, además, uno de los pilares básicos del Estado de Bienestar porque a través de ellos, y aún en épocas de crisis y con dificultades económicas, redistribuyen rentas y servicios básicos.