La imponente torre románica de la iglesia de San Martín de Tours da la bienvenida, y ejerce de pórtico de entrada, a este municipio burgalés a las faldas de la Sierra de la Demanda jalonado por un centenar de viviendas, en su gran mayoría coquetas y bien cuidadas, repartidas en tres barrios. Detrás de la parroquia, en el camino que lleva al antiguo molino y junto a la casa rural que funcionó durante 16 años, toda la población de Jaramillo Quemado: 5 habitantes.
Cinco ahora. No hace tanto, o quizá sí, eran más de 200. Y había dos escuelas. Y dos bares. Y zapatería. Y tres hornos. Y molino que molía las 24 horas del día. “Cuando yo era joven –recuerda Valentín Ortega- no había trabajo en la capital y no se iba nadie. Éramos muchos chicos y chicas y lo pasábamos bomba. Vivíamos muy pobres pero alegres. Entonces se sembraba trigo, cebada, centeno, avena… Eran tierras pequeñas pero daban mucho y el molino no paraba ni de día ni de noche, había que pe dir vez. También había ganado: ovejas, vacas…, mucho macho cabrío porque entonces se hacía muy buena cecina con ellos y venían tratantes a comprarlos. Y en el río (Salcedal) había truchas y cangrejos, ahora ya nada… El agua se puede beber, es un agua elegante, y siempre a los mismos grados, en agosto y en enero…”. Junto a Valentín, que no esconde la emoción en sus ojos, Eugenio Pérez, 85 años, artista ebanista: “Hubo también zapatería y venían de otros pueblos a hacerse aquí las botas. Y había practicante. Y había telares… Ah, y teníamos una bolera que aún está, junto a las ruinas de la ermita”. Eugenio sí trata de esconder la emoción de sus ojos detrás de los cristales de sus gafas, especialmente cuando inicia el tránsito del pasado al presente: “La gente se fue yendo porque la vida aquí no daba más de sí… Los que se marcharon ganaron dinero, más que los que nos quedamos aquí… La gente se fue a Burgos, a Madrid, a Bilbao y a Barakaldo…”.
Más de 200 habitantes no hace tanto, o quizá sí. Ahora, cinco “que podrían ser siete dentro de poco –dice el Alcalde- porque quiere empadronarse una pareja que llevan parados desde que comenzó la crisis y que como tienen raíces aquí han sondeado para venirse”. Cinco habitantes fijos durante todo el año, una cincuentena los fines de semana, “estamos a media hora de Burgos y son hijos del pueblo que conservan casas y las han habilitado para estar a gusto cuando vienen en invierno”, y unos 200 (de nuevo el número ‘fetiche’) en verano. Pero agosto se fue y septiembre está a punto, y con la llegada del otoño el silencio absoluto volverá a reinar en Jaramillo Quemado y sus cinco habitantes volverán a su silenciosa y serena rutina: “En invierno es aburrido, no hay gente y no se puede salir a la calle. Prácticamente no hacemos vida social, estamos pocos y apenas salimos. Hace frío y hasta la misa se cambia de lugar y en vez de la iglesia vamos a la antigua escuela que tiene estufa”.
“¿Para comprar? Pues a Salas de los Infantes. Aquí sólo viene el panadero, de Hortigüela, los martes y los viernes. ¿Médico? Aquí no viene. Tanto para la asistencia médica como para las compras hay que ir a Salas. Hay un taxi de la Junta de Castilla y León que viene dos horas los martes y dos y media los viernes. Nos cobra 2,5 euros ida y vuelta, y nos lleva a Salas para ir al médico y para hacer compras. El taxi funciona todo el año”.
Roble, pino, enebro, chopo… Setas… Prados, huertas… Corzo, jabalí, gato montés… Una finca de explotación ganadera, un coto de caza… Jaramillo Quemado, “el pueblo es bonito, ¿eh? Pero bonito, bonito”; un centenar de casas en tres barrios; cinco habitantes…; el pueblo menos poblado de España mira ilusionado al futuro, sin titubeos: “Se va a hacer al lado de las antiguas eras una multipista deportiva con campo de futbito y cancha de baloncesto y de vóley, y se van a trasladar ahí los columpios que hay a la entrada del pueblo para que esté todo junto”. Los residentes y los vecinos y visitantes de fin de semana y verano acaban de celebrar con la tradicional paella la que llaman ‘fiesta de las gracias’ (24 de septiembre), y empiezan a contar los días hasta San Martín, patrón del pueblo. Después ya entrará inclemente el invierno, otro más, con las leñeras bien surtidas y el orgullo jaramillano bien subido: “El pueblo no desaparecerá, no no no…; ya le digo yo que no desaparece”.